(Chico seropositivo busca…). Sobre la Sexualidad y el Sida.
Publicado en Actas del Congreso Internacional Miradas sobre la sexualidad en el arte y la literatura del siglo XX en Francia y España, Valencia, Universidad de Valencia, 2009.
Cuando paseamos con nuestra mirada por la sección de contactos de un periódico o de una revista gay lo habitual es encontrar mensajes plagados de adjetivos que configuran un catálogo de lo que podemos conseguir si llamamos al buzón de referencia que se encuentra al final de esta pequeña narración.
Si lo que buscamos son chicos, lo más común es desear que tengan entre 18 y 30 años, que sean altos, rubios, guapos y bien dotados, sin malos rollos y sanos, muy sanos. Y así se configuran la gran mayoría de los anuncios de contactos.
¿Que ocurre con las personas que no se encuentran entre las tipologías que más se demandan, aquellas que no poseen un cuerpo que encaje entre los cánones del músculo (1) y la salud? Y si nos colocamos en el lugar de quien lo redacta, ¿cómo hacerlo cuando entre las descripciones escuetas sobre la tipología física o anímica tenemos que incluir una referencia a nuestro estado de salud? «Chico seropositivo busca…» es una cabecera que invita al rechazo. «Chico seropositivo busca…» plantea una posibilidad que, aún hoy, está destinada al fracaso. Seguramente, a pesar de toda la información vertida, dejaremos de lado este anuncio como si lo hubiera redactado un apestado.
Pero si nos detenemos un poco más en aquellos anuncios que manifiestan claramente un estado serológico positivo, veremos como uno de los objetivos por los cuales se hace pública esta condición es el deseo de encontrar gente similar. Chico de 33 años, seropositivo, 1,75, 68 kg., atractivo y deportista, desea conocer gente similar. Madrid, Nº de Buzón 3426.» (2)
Cuando alguien, en este contexto, busca la igualdad serológica qué duda cabe de que se trata de una estrategia cuyo objetivo es evitar futuras situaciones de incomprensión y rechazo. Esto puede indicarnos que muchos seropositivos, a la hora de establecer una relación sexual, se encuentran más cómodos cuando no hay serodiscordancia, ya que así, posiblemente, se evitarán situaciones angustiosas y, entre ellas, el agobio que produce la posibilidad de transmitir el virus al compañero, convirtiendo, a veces, el sexo en una pesadilla. Socialmente se le exige al seropositivo que se esfuerce en proporcionar un nivel de riesgo cero cuando mantiene relaciones sexuales. Y sin embargo este nivel de riesgo cero no lo exigimos en ninguna otra actividad de nuestra vida.
¿Qué pasa cuando un hombre seropositivo o una mujer seropositiva se encuentran justo en el momento previo al inicio de una relación sexual con otra persona cuyo estado serológico es desconocido? Una situación verdaderamente complicada, ya que junto a la pasión del momento y el deseo imperativo tendremos que hacerle sitio a una serie de cuestiones como: la posibilidad o no de comunicar el estado serológico, el miedo al rechazo una vez se ha confesado el «secreto» y, superado esto de manera satisfactoria, hay que prestar una especial atención en las prácticas para que sean lo más seguras posibles, y así evitar el sentido de culpa que podría causarnos cualquier accidente. En definitiva una situación de conflicto entre el deseo, la ética y la estrategia del avestruz. Así lo manifiestan muchos seropositivos que, aún hoy, siguen teniendo miedo al rechazo y siguen sintiéndose portadores de muerte. Sólo los que han vivido esta situación pueden comprender el enmarañado ánimo con el que se enfrentan al sexo. Y esto, nuevamente, a pesar de toda la información vertida con respecto a las prácticas de sexo seguro.
Ante esta realidad sorprenden, cuando no escandalizan, algunas de las lecturas desafortunadas que han impregnado la opinión pública como aquellas que nos alertan sobre la condición antinatural inherente a la utilización del preservativo (3), sobre el control que ejerce el Poder en nuestros cuerpos y en nuestra sexualidad cuando desde ésta u otras instancias se nos recomienda la utilización del condón. Como dice Philippe Mangeot:
«Quienes postulan tales teorías no han visto todo el desastre y la locura. No han visto las vidas liquidadas, los cuerpos mutilados, a ese amigo que pierde la razón, a ese otro que se caga y que se muere anegado en su propia mierda. No han visto a esos padres que prefieren decir que a su hijo se lo llevó una leucemia fulminante, antes que afrontar la vergüenza del sida y de todos sus sobreentendidos. No han visto a las chicas que no se atreven a sacar un preservativo por temor a ser consideradas unas putas. Ni a los gays que mueren en el silencio de su enfermedad de maricones.» (4)
Da la impresión que nada relacionado con la percepción del sida ha cambiado. Pero también es falso negar que algunas cosas sí lo han hecho. El cambio fundamental se ha dado como consecuencia de la generalización de las terapias HAART y lo que por medio de ellas se ha conseguido: que la clase médica deje de considerar la enfermedad como irremediablemente mortal (5), para pasar a considerarla una enfermedad crónica. En el reciente Congreso Europeo sobre el Sida, celebrado en Lisboa a finales del año pasado, se presentaron datos que parecen indicar que, en personas seropositivas con más de 100 CD4/mm3 y que están en tratamiento, la esperanza de vida ha aumentado hasta ser comparable a la de las personas no infectadas de esa misma edad. (6)
Pero en este contexto esperanzador aparece una paradoja: si bien los médicos especialistas han cambiado su actitud, parece que no lo ha hecho el resto de la «población general»(7) que, salvo excepciones, sigue percibiendo el sida como una enfermedad contagiosa (8), venérea, cuyo irremediable final es el sufrimiento y la muerte, vinculada a un tipo concreto de personas -maricones y drogadictos casi siempre-, y mediatizada por unos prejuicios morales, que forman parte de una estrategia que construye y mantiene la heterosexualidad como norma única.
Y ésto puede comprobarse fácilmente en la representación que de los seropositivos y enfermos de sida se ha hecho en los medios de comunicación desde los primeros años ochenta hasta la actualidad: aparecen dando la espalda, escondiendo la cara con sus brazos y manos o con el rostro velado por medio de efectos digitales, muertos ya en vida, solos, sin amigos ni familiares, en lugares sucios y desordenados. De esta forma se presenta la homosexualidad como una degeneración cuyas consecuencias quedan enunciadas. Aunque lo que no sé si es aún más grave es la total ausencia de imágenes que sufrimos en la actualidad. Parece que el sida es una enfermedad destinada al olvido. Como mucho las noticias se centran en estadísticas de seroprevalencia o noticias relacionadas con las terapias disponibles en el mercado. Un cuerpo enfermo por causa de su homosexualidad no es digno de ocupar un lugar en los medios. El sujeto ha desaparecido.
Pero el miedo no. Ante el sida sigue habiendo el mismo rechazo que desde la aparición de los primeros casos. Los seropositivos siguen callando su situación, por miedo a las reacciones del entorno laboral, de la familia y de los amigos. No tengo estadísticas que puedan aportar datos con respecto a la permanencia de este rechazo, pero muchos de los que estamos metidos en esta historia, tenemos la sensación profunda de que un gran número de personas nos perciben, aún, como una horda de sucios degenerados. ¿Porque la Población general», no ha cambiado esta actitud? Como dice Simon Watney:
«No nos equivoquemos: el espectáculo del sida mantiene, pausada y constantemente, la perspectiva posible de una muerte causada por sida de todos los gays americanos y de Europa Occidental; pongamos que un total de veinte millones de vidas, sin el menor atisbo de preocupación, pesar o dolor.» (9)
Aunque tengamos medicinas que nos alarguen la vida, como gays se nos niega el derecho a la propia vida. Una clara política eugenésica basada en medidas de «limpieza» social. Nada parece haber cambiado. ¿Qué ha ocurrido para que esta situación se mantenga después de diecinueve años, en un contexto esperanzador y habiéndose realizado muchas campañas informativas?Gran parte de estas actitudes siguen siendo consecuencia de nefastos proyectos informativos. Éstos no sólo no han conseguido los objetivos anunciados, sino que dudo que los tuvieran. Éste es uno de los debates en los cuales todos los implicados deberíamos profundizar más. Act Up-París, en sus «15 medidas de urgencia contra el sida», publicadas en 1994, ya decía con respecto a una política real de prevención que las campañas:
«Deben destinarse a diferentes categorías sociales, sexuales, étnicas y culturales, y abordar sin tabúes los temas de la sexualidad, el placer, la toxicomanía, la enfermedad y la muerte, y proveer una información completa y explícita sobre los comportamientos preventivos adaptados a cada tipo de práctica.» (10)
Esta diferenciación no se ha realizado. Las campañas publicitarias han sido dirigidas a un «público general», y este mismo término implica la exclusión de todos aquellos y aquellas que están al margen de la institución heterosexual. Y el hecho de no reconocer este factor diferencial esconde claras actitudes de desprecio por las diferencias. Una visión maniquea por parte de los responsables de la prevención de la salud que al introducir a las minorías como parte de la «población general», consigue su disolución como tales. Por lo tanto, la dictadura heterosexual aparta de su espacio a los gays seropositivos y enfermos de sida como consecuencia de su lógica totalitaria. Nunca una campaña informativa, realizada en España, ha abordado temas relacionados con la sexualidad o con el placer. Se han limitado como mucho a fotografiar preservativos y a decirnos, «Que el sida no siga». Una declaración abortada en su mismo enunciado.
Qué ha supuesto el sida para nuestra sexualidad, y cómo se ha representado este binomio a través del arte es la cuestión que voy a tratar a continuación.
Como hemos visto, el sida ha supuesto una nueva oportunidad para la demonización de las prácticas heterodoxas y de quienes las practican. Los sectores sociales más reaccionarios han visto en esta enfermedad una clara oportunidad para acabar con los gays. Y además intervinieron rápidamente: unos con silencio, otros con insultos. Paralelamente los medios de comunicación construían un ambiente propicio para esta marginación: aparecían imágenes de padres capaces de matar a sus hijos con un rifle en caso de que tuvieran sida, rostros de enfermos presentados como maníacos sexuales o imágenes crudas de la degeneración del cuerpo, en el que se pueden ver los símbolos del horror y del mal. Si esta demonización era representada en los medios de la forma más cruel posible, una imagen que la contraviene es la que Javier Codesal construye sirviéndose de una manifestación de la enfermedad, una de las más fotografiadas y mostradas, la erupción cutánea llamada Sarkoma de Kaposi, símbolo, desde el inicio del sida, de la degeneración del cuerpo homosexual. Javier Codesal sustituye esta «mancha» por unos dibujos sacados de bordados de flores que afloran en el cuerpo de un hombre. Una imagen esperanzadora, al menos por la belleza que contiene. Estas maculaturas fueron presentadas en el contexto de un proyecto expositivo llamado DIAS de SIDA (1990), del cual se han realizado, hasta la fecha, cuatro versiones. Esta erupción cutánea también ha sido utilizada por otro artista, Jesús Martínez Oliva, que en su última exposición (La Gallera, Valencia, 1998), presentó una obra, S.T., 1997, en la que aparece un torso sin rostro de un hombre en cuyo cuerpo afloran una multitud de anos. Si bien esta obra no estaba pensada para hacer una referencia directa de esta erupción cutánea, sino que se centra en una reflexión sobre la penetrabilidad del cuerpo masculino, ofreciéndonos una imagen turbadora de la posibilidad de una penetrabilidad múltiple, es imposible mirar esta fotografía sin pensar en el Sarkoma de Kaposi, ya que nos ofrece una imagen del estigma. ¿Es acaso la similitud gráfica, apoyada por la ausencia de rostro, la que nos remite a la enfermedad? Es posible que este trabajo nos recuerde que se sigue haciendo una lectura del ano como lugar donde se aloja la enfermedad, un lugar en el que el miedo nos impide disfrutar de su exploración.
La necesidad de protegernos del VIH ha arbitrado un conjunto de medidas destinadas a la realización de un sexo más seguro. Esto implica un proceso de (re)educación sexual que ha sido lento y lleno de dificultades. Una de estas ha sido la imposibilidad de cambiar -o la decisión de no hacerlo-, con respecto a una serie de hábitos adquiridos en unos tiempos más despreocupados. Además, el sexo seguro, ha implicado, o al menos así se ha entendido, la renuncia de ciertas prácticas fundamentales en nuestras relaciones. El mayor número de víctimas se encuentra en un sector de la población que en la actualidad tiene más de cuarenta años. No ha habido ningún tipo de ayuda específica para estas personas. Muchos de ellos no llegaron a ser conscientes de los riesgos que acarreaba la penetración anal receptiva desprotegida. Muchos de mis amigos han muerto por esta causa. Además, la carencia de imágenes ha ayudado a configurar esta situación. Las productoras de videos pornográficos, si bien han introducido el uso del preservativo, no han mostrado el proceso de colocación. Haber introducido esto en los vídeos hubiera supuesto un avance en la educación sexual incluso para las generaciones de gays más jóvenes. Y aunque este medio visual no es el único que participa en la construcción de la realidad sexual gay, la escasez de visualidad hace que tenga una gran importancia. Hemos visto muchos vídeos en los sillones de la antesala de un cuarto oscuro. El problema es que la erotización del preservativo conlleva muchas dificultades que no hemos sabido resolver. Se percibe como un corte brusco en el continuo crescendo de la fogosidad sexual.
Esta necesidad de protección se ha reflejado en otros trabajos de Jesús Martínez Oliva. Una pieza de 1992-93 titulada Seres ínfimos, nos muestra cinco figuras que, formalmente, se encuentran entre un condón y una persona. Una necesidad de protección integral no exenta de un guiño de melancolía a otras épocas. Otras piezas como son S/T, 1993, en la que podemos ver una toalla cuya cenefa ha sido sustituida por una imagen estampada de envoltorios de preservativos y S/T,1992, una cama en la que se ha utilizado la misma estrategia que la pieza anterior, nos muestra la necesidad de protegernos presente en todos los actos de nuestra vida y, por lo tanto, reflejada en nuestro entorno.
Otro grupo de trabajos parecen posicionarse a favor de una sexualidad onanista, consecuencia, quizás, de una búsqueda de la seguridad absoluta, algo que nunca podremos encontrar en nuestra dimensión sexual. Fluidos Discontinuos (1994), es una instalación de Jesús Martínez Oliva realizada para el Espai 13 de la Fundación Joan Miró de Barcelona. La obra se distribuía en dos habitaciones. La primera de ellas, blanca y espaciosa, hace referencia al lugar público. Sus paredes estaban repletas de pequeños agujeros por los que se podían oír sonidos extraídos de cintas de vídeos pornográficos. Las frases estaban repletas de los estereotipos que se suelen utilizar para excitar, con referencias al tamaño del pene o a las acciones que se proponen. En su parte central reposa un gran consolador, un objeto fálico realizado con cable eléctrico cable blanco que se envuelve sobre sí mismo. La energía que contiene recorre circularmente todo su interior convirtiéndose en una metáfora de la imposibilidad de la comunicabilidad sexual. Una puerta nos permite acceder a una segunda habitación cuyas paredes están empapeladas con números de teléfonos de contactos. Se trata de un espacio privado presidido por tres máquinas realizadas con cintas magnéticas que dan vueltas en silencio sobre ejes y poleas, un movimiento circular que no posibilita la visualización de imágenes, a la vez que se convierten en metáforas de la construcción del deseo.
Agueda Bañón, es una de las pocas artistas implicadas en esta problemática. Desde hace unos años está trabajando sobre distintos aspectos de esta enfermedad generalmente por medio de acciones, algunas de ellas cargadas de violencia, como la que consistió en serrar, ayudándose de una radial, una camilla en la cual se había escrito anteriormente hart.a», un término que hace referencia al cansancio que producen las abundantes tomas de medicamentos diarios que se prescriben en las nuevas terapias. Uno de sus trabajos recientes es un vídeo que se titula El tajo. En un único plano secuencia podemos ver una imagen cuyo rostro queda parcialmente fuera. Con una cuchilla de afeitar se provoca una herida en la parte delantera del hombro que, una vez que empieza a sangrar, es lamida en una especie de «autocunnilingus». La sangre aloja el VIH y se vuelve a introducir en los fluidos vitales por medio de la lengua. Una circularidad buscada del fluido sanguíneo, entendida por la artista como un nutriente. De la misma manera que la masturbación puede considerarse una forma de exploración y aprendizaje de nuestro placer potencial, reconociéndonos a la vez que nos recorremos, el enfrentamiento con los propios fluidos se entiende, en este trabajo, como un reconocimiento y una reconciliación con la propia realidad.
Pocas son las reflexiones que ha habido sobre un acompañante invisible en las relaciones sexuales en el contexto del sida: el miedo. El miedo es un estado afectivo que se activa cuando percibimos un peligro o amenaza. En definitiva es una reacción de defensa, que se manifiesta ante lo desconocido. S.T., 1994 es otro trabajo del artista Jesús Martínez Oliva que realizó expresamente para la exposición Sida, pronunciamento e acción, celebrada en Santiago de Compostela en 1994. Inmediatamente después de cruzar el umbral de una capilla convertida en sala de exposiciones, penetramos en un laberinto realizado con somieres metálicos cuyas medidas eran las que normalmente llamamos «de cuerpo». El espectador debía de transitar este espacio para poder entrar en la sala, en la que se podían ver otros trabajos. Recorrer este laberinto, que a cada recoveco formaba cubículos a la medida de una persona, espacios carcelarios en los que los somieres son mostrados como residuos del acontecer sexual, era experimentar la opresión y el miedo que las relaciones sexuales provocan en el contexto del sida.
Desde que apareció en 1993 el primer libro que planteaba un análisis de la problemática del sida y de la representación de la enfermedad desde la perspectiva del arte contemporáneo, me refiero a De Amor y rabia. Acerca del arte y el SIDA, escrito por Juan Vicente Aliaga y José Miguel Cortes (11), hasta la actualidad, no ha habido muchos cambios significativos con respecto a una mayor incidencia de la enfermedad en la práctica artística. Algunos de los trabajos que hemos presentado ya estaban incluidos en aquel texto. Las miradas sobre la sexualidad en el contexto del sida han sido, huelga decirlo, escasas en este país.
La muerte de Pepe Espaliu, en noviembre de 1993, nos ha privado de uno de los artistas que más intensamente nos ha hecho reflexionar sobre esta enfermedad. Es difícil olvidar la bellísima metáfora que supuso la acción del Carrying (1992) (12), recorriendo las calles de San Sebastián y Madrid, encontrándonos con la imagen de un hombre enfermo que es transportado a lo largo de una cadena humana, descalzo, pero sin tocar el suelo. Es mucho lo que se ha dicho de este trabajo de Espaliu, y no es mi intención abundar en ello, pero hay algo que merece la pena recalcar: el Carrying es, de todos los trabajos realizados por artistas españoles, el que aportó a la cultura visual de este país lo nunca visto: por vez primera una obra de arte basada en esta enfermedad ocupaba las cabeceras de página de periódicos e informativos de televisión. Pocos o ninguno de todos los demás trabajos realizados por los artistas españoles han logrado esta notoriedad.
Ha habido otras propuestas individuales (no siempre centradas en la relación sexualidad-enfermedad), algunas exposiciones colectivas (13), pero nos encontramos ante un breve y escueto panorama. Tan breve y escueto que parece que el sida para el mundo del arte español, no ha existido. El sistema del arte ha infravalorado su impacto social, siendo este un tema non grato para comisarios de exposiciones, galeristas y críticos de arte, que no han comprendido nunca cuál es la relación entre el arte y el sida, quizás porque tampoco comprenden cuál es la relación entre el sida y la heterosexualidad. El silencio del arte español es una de las consecuencias de la efectividad de los discursos homófobos que se han construido a partir de la pandemia.
Entresacados de esta constreñidora realidad, algunos de los trabajos que hacen referencia al conjunto de esta enfermedad han sido elaborados desde unos presupuestos tan superficiales como desafortunados. Hemos visto el nombre AIDS escrito, simulando una herida, en la frente de la artista Jana Leo, sin que quede muy claro que es lo que aportaba con esta fotografía. Nos hemos encontrado retratos de hombres con la cabeza llena de jeringuillas como si fueran rulos colocados en la peluquería para ser fotografiados por Ouka Lele. Otra obra nos enseña jeringuillas que parecen usadas, y condones ensangrentados y con restos de mierda, recogido todo en cajitas de plástico transparente por Darío Villalba, para mostrarnos los restos de unas prácticas que, bien realizadas, no tienen nada que ver con un virus llamado VIH. Y si bien el título no hace ninguna referencia al sida, la propia obra, metonímicamente, sí nos remite a la enfermedad, proporcionándonos una lectura negativa y equívoca de la realidad de unas prácticas. Estos ejemplos demuestran que algunos artistas han tratado muy puntualmente el tema, realizando obras que están más cerca de lo instintivo que de una reflexión seria y comprometida.
En estos tiempos, incluso con las nuevas terapias y, posiblemente a pocos años de una curación definitiva, no podemos construir obras que se deslicen por encima de la enfermedad. Es necesario seguir teniendo presentes los cambios tan radicales e irreversibles que la aparición de esta enfermedad ha infligido en las relaciones humanas, especialmente en las sexuales, precisamente en las gays, condicionándolas y determinándolas de una manera cruel.
El sida hoy es una enfermedad destinada al olvido social. Su escasa incidencia en la cultura visual así lo demuestra. Es más, de alguna manera, lo ha sido siempre: sin prácticamente reflejo en los medios de comunicación, sin campañas activas enfocadas a la prevención, con muchos de los grupos activistas desmembrados y sin visibilidad, y con un desinterés por parte de los sectores políticos, sociales y artísticos, parece que esta enfermedad es lo que muchos intolerantes han intentado que fuera siempre: algo en lo que no merece la pena detenerse; algo sin importancia en el devenir de la humanidad.
(1) Véase la entrada «Fascismo corporal», en Alberto Mira, Para entendernos. Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica, Barcelona, Ediciones de la Tempestad, 1999, p. 282
(2) Anuncio de contacto publicado en número 129 de la revista Shangay Express.
(3) Uno de los textos más polémicos que se han escrito en este país sobre el preservativo lo podemos encontrar en Agustín García Clavo, Noticias de abajo, Madrid, Editorial Lucina, 1991. (4) Philippe Mangeot, «El sida y sus ficciones», en Ricardo Llamas, Construyendo sidentidades. Estudios desde el corazón de la pandemia, Madrid, Siglo XXI, 1995, p. 63.
(5) Recordemos que la imagen que se reflejaba en los medios de comunicación era la de la muerte, presentando enfermos cuya cara nos es inaccesible, ya que ellos mismos la esconden ante el objetivo, sin duda por miedo al rechazo, pero que nos muestra una imagen del rostro negado como se nos niega el rostro de los muertos.
(6) Para ampliar esta información véase la web, http:// www.interactua.net/index.html
(7) Utilizo el término de la misma forma en que lo hace Simon Watney. Véase Ricardo Llamas, Ibid., p. 33.
(8) Es bastante común encontrar la palabra «contagio» al hacer referencia a la transmisión del VIH, un término que en este contexto aporta un matiz negativo.
(9) Ricardo Llamas, op. cit., p. 53.
(10) Ricardo Llamas, Ibid., p. 275.
(11) Juan Vicente Aliaga, José Miguel, G. Cortés, De amor y rabia. Acerca del arte y el sida, Valencia, Servicio de Publicaciones de la Universidad Politécnica de Valencia, 1993.
(12) Véase Juan Vicente Aliaga, «Háblame cuerpo. Una aproximación a la obra de Pepe Espaliú», en Acción Paralela, nº 1, Mayo de 1995, p. 29.
(13) Destacar la exposición comisariada por Juan de Nieves en el Palacio Fonseca de Santiago de Compostela titulada SIDA, pronunciamento e accion, (1994). También Pensar la sida, comisariada por Pepe Miralles en Espai d’Art A. Lambert de Jávea (Alicante, (1996).