Inicio del proyecto: 2010
[Dibujar lo que recuerdo del espacio formal y funcional de los cuartos oscuros en los que he estado]
Del dibujo técnico
El dibujo técnico es un sistema de representación gráfico de diversos objetos que se realiza, fundamentalmente, para proporcionar la información necesaria para facilitar el análisis, ayudar a diseñarlo y construir el objeto dibujado. Los objetos se suelen representar en planta (vista superior, planta de piso, etc.), alzado (vista frontal) y secciones, indicando las dimensiones mediante acotaciones. La planta es la representación sin perspectiva de un cuerpo sobre un plano horizontal. Se obtiene mediante una proyección paralela, perpendicular al plano proyectante horizontal.
De las funciones del dibujo
Cuando proyectamos, utilizamos el dibujo en función del momento metodológico en el que nos encontramos. Y por lo tanto éste cumple unas funciones distintas. Éstas son: una función expresiva (el dibujo en la esfera del arte), una comunicativa (como código común de representación: un plano de un edificio o un retrato fotográfico), y una informativa (como el dibujo científico que representa esquemáticamente una célula).
Es habitual que en las primeras fases del proyecto se utilice un tipo de dibujo expresivo que sirva para pensar gráficamente, para tantear posibles propuestas. Es frecuente en este estado previo, encontrar en el dibujo todo tipo de anotaciones marginales en las que se superponen tres tipos de lenguajes: el visual, el numérico y el escrito. Textos, palabras, relaciones numéricas, grafismos de todo tipo dialogan en un intento de concreción y definición del proyecto. Este tipo de dibujos muchas veces son publicados como «bocetos» de proyectos de instalaciones y, en ocasiones, son confundidos con el proyecto en sí, cuando solamente es una parte visual de un estadio del proceso proyectual.
A medida que el proyecto avanza el dibujo se ajusta a los códigos normalizados de representación. Se trata de un dibujo de función comunicativa, y se materializa mediante un dibujo constructivo, lo que habitualmente se llama planimetría en el ámbito arquitectónico. Se trata esencialmente de un dibujo que no deja ningún punto ambiguo. Pertenece el campo de lo que se denomina dibujo técnico o lineal. Este tipo de dibujos son el eje fundamental de todo proyecto, siempre que la finalidad de éste sea realizarlo, construirlo y no situarlo en el plano especulativo o de investigación.
El dibujo informativo ha de ser sobre todo convincente, mostrando la idoneidad del proyecto, pero sin la necesidad de resolver los detalles constructivos, ni dar una descripción detallada. Este tipo de dibujo no implica, a priori, un estilo determinado. Debemos considerarlos como la comunicación de un proceso o estrategia. El dibujo de carácter informativo es necesario tanto en una fase inicial como en la presentación final. En la fase inicial para convencerse de la idoneidad, en la final para su difusión o justificación pública. Pero mayoritariamente se realizan para la comunicación de lo proyectado. Se trata de dibujos de presentación que se realizan después del proceso proyectual. Son dibujos que normalmente forman parte de exposiciones o se publican en revistas y catálogos. Es lo que también llamamos «renders».
(Extracto del texto de Albert Esteve de Quesada, “Dibuix i projecte” publicado en, Projectes i prototips. El disseny a l’Escola d’Arts i Oficis de Velència. Valencia, Escuela de Artes y Oficios, 2000).
De los dibujos recordados
Recordar un espacio es un ejercicio de gran dificultad para algunas personas, sobre todo si ese espacio tiene las características concretas de los cuartos oscuros: poca luz y una distribución de los sub-espacios que no se ajusta a las distribuciones habituales de los espacios domésticos o de ocio. Ambos factores imposibilitan el recuerdo preciso del espacio de los cuartos oscuros. En primer lugar la oscuridad impide, como es obvio, una aprehensión cuantitativa del espacio en su totalidad. La heterodoxia distributiva, que no se adecua a las funciones previstas de las distintas estancias que nos encontramos en otros espacios, ayuda a crear en nuestro recuerdo confusiones espaciales que están sujetas a los usos de esos espacios. En definitiva, es más fácil recordar con detalle una casa o un bar que un cuarto oscuro. La luz nos facilita el recuerdo, la oscuridad lo dificulta.
De la metodología para dibujar el recuerdo de un cuarto oscuro
1) Tomar la precaución de medir con pasos similares el ancho y largo del espacio a recordar.
2) Recorrer el espacio buscando su perímetro, si es que las diferentes estancias lo permiten. Hacer comparaciones sobre volúmenes y dimensiones, espacios cerrados y lugares abiertos.
3) Observar detenidamente y utilizar activamente los distintos elementos que existen en estos lugares: camas bajas, potros, sling, glory holes, rejas, duchas, etc.
4) Abandonarse a la experimentación de las actividades que estos lugares proponen.
5) Una vez estemos ya fuera del cuarto oscuro, realizar un híbrido entre un dibujo expresivo (que nos ayude a pensar/recordar gráficamente) y un dibujo comunicativo (el que se ajusta a los códigos normalizados de representación).
6) Considerar el resultado, aunque técnicamente no lo sea, como un dibujo informativo, que nos sirva para poder realizar la planta del cuarto oscuro.
7) Utilizando las tecnologías adecuadas, realizar la planta del cuarto oscuro recordado.
8) Finalmente alterar las convenciones utilizadas para la representación de dibujos técnicos. Las líneas negras convertirlas en blancas y el espacio blanco convertirlo en negro.
Dibujos en espera:
-Cuarto oscuro/Lovers, Benidorm (Alicante)
-Cuarto oscuro/Cross, Valencia
-Cuarto oscuro/Mercuri, Benidorm, (Alicante)
-Cuarto oscuro/Dark, Palma (Illes Balears)
-Cuarto oscuro/XXL, Sitges (Barcelona)
-Cuarto oscuro/Piscis, Murcia
-Cuarto oscuro/Dark, Alicante
ENCUENTRO, lugares de.
«Uno de los aspectos más característico de la cultura homosexual a lo largo de la historia ha sido la creación de una amplia gama de lugares de encuentro. Cada uno de estos lugares venía determinado por la configuración de la homosexualidad en el periodo en cuestión y su estatus social. Así el “gimnasio” en la antigua Grecia era un lugar público para un tipo de encuentros que tenían un importante valor social. Con la generalización de la actitudes antihomosexuales, los lugares de encuentro empiezan a tener una doble función, que se mantuvo hasta la legalización. Por una parte, se convierten en una necesidad: la cultura homosexual se articula a partir de las relaciones entre individuos que se sienten atraídos por las prácticas homosexuales. Dado que no se trata de un rasgo que compartan la mayoría de los ciudadanos, habrá que encontrar lugares donde el deseo, los hábitos y otros rasgos rituales o meramente formales encuentren correspondencia. Un ejemplo de este tipo de función lo tenemos en las molly houses, una institución característica de la cultura gay inglesa del siglo XVII. Pero cuando empezaron a producirse las primeras redadas, se puso de manifiesto una segunda función que justificaba la necesidad de estos lugares de encuentro “protegidos”. Dado que gradualmente se hacía más difícil hacer públicos ciertos rasgos indicativos del deseo homoerótico sin atraer la atención de la ley, las molly houses van adquiriendo un cariz secreto cuya localización sólo conocen los iniciados. Así, además de la búsqueda de encuentros sexuales, hay una aspecto de defensa frente a la homofobia. A lo largo de los siglos, una de las dos funciones siempre ha predominado sobre la otra. En periodos menos obsesionados con lo que la gente hacía en el lecho surgieron en varias ciudades europeas (Berlín es el caso más estudiado) locales que eran frecuentados especialmente por homosexuales. En ocasiones se trataba de cafés o restaurantes, o clubs privados. Es gracias a este tipo de “instituciones” que el movimiento gay pudo articularse. Funcionaban como puntos de intercambio de ideas y mostraban que los homosexuales constituían un grupo importante de ciudadanos, con poder económico, a veces con conexiones políticas. Cuando la persecución se incrementa, el modelo de local de encuentro se hace más oscuro y los contactos se reducen al mínimo. Las conversaciones y las iniciativas culturales desaparecen y sólo queda el contacto sexual anónimo. A menudo se ha incidido en este lado sexual de los lugares de encuentro gay, y desde posturas antihomosexuales (así como, ocasionalmente, desde posiciones críticas dentro del movimiento gay), se ha hecho uso de éstos para presentar a los homosexuales como enfermos, la homosexualidad como algo sórdido. Los parques, las saunas, los cuartos oscuros se han convertido en parte central de la geografía gay en las grandes ciudades. En primer lugar hay que decir que la supuesta sordidez no es característica esencial de estos lugares. Es la presión heterosexista y la interiorización de la homofobia lo que fuerza a quienes gustan de sexo anónimo a poner caras largas y guardar incómodos silencios. En realidad las zonas de ligue (que, no hay que olvidarlo, provocan la envidia de buena parte de heterosexuales) no nacen de la desesperación, ni siquiera de la necesidad. En cierto sentido constituyen una creación “positiva” para facilitar cierto tipo de placer. En otras palabras, aunque los homosexuales estuvieran perfectamente integrados en la sociedad y toda discriminación terminase, seguiría habiendo gente que preferiría el sexo anónimo y las zonas de ligue como una suerte de arcadia. Las zonas de ligue no son el infierno al que a veces se han equiparado, sino, como el gueto, un privilegio de la comunidad gay: a nadie se le obliga a visitarlas y están ahí para el que quiera o el que no tenga más remedio. En nuestros días, los lugares de ambiente son variados y ofrecen una suerte de “mundo paralelo” para los gais en los que se puede experimentar con la propia identidad sexual, y el deseo, “marginal” en un entorno heterosexista, no tiene dificultades para expresarse. Curiosamente el gimnasio ha vuelto a adquirir centralidad entro los gais masculinos (pensemos en la cadena YMCA) y los bares ofrecen una amplia gama de variedades: desde locales para hacer vida social en el que cualquier expresión demasiado obviamente sexual se considera de mal gusto hasta los cuartos oscuros en los que el comportamiento socializado y la “conversación” parecen estar fuera de lugar (…).»
Mira, Alberto, Para entendernos. Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica, Barcelona, Llibres de l’Índex, 1999, p 253-254.
«En cuanto entré en el callejón, noté que empezaba a respirar con más fuerza, como al realizar un trabajo fatigante. Bajé las escaleras muy nervioso, pensando en la culpa. El local estaba lleno, y enseguida vi a varios chicos que rondaban solos. Uno de ellos me hizo una seña, un gesto lascivo, y entré tras él a la sala oscura. Todavía me sorprende que la felicidad esté casi siempre en esos actos miserables y mugrosos que sólo algunos hombres llegan a admitir, amigo Fornari. Al poner las manos sobre aquel muchacho, al tocar su abdomen debajo de la ropa, al desabotonarle los pantalones con prisa, con ansia, sentí ese extraño aliento de vida que nos hace desearla a pesar de las malaventuras y las calamidades. Me cuesta entender cómo han podido los demás vivir sin eso, sin la dulzura sucia de la promiscuidad.»
Martín, Luis G., La muerte de Tadzio, Madrid, Alfaguara, 2000, p 214.
«Una de las noches vi a un muchacho desaliñado mirándome fijamente desde una esquina del local. Le sonreí sin demasiado protocolo e hice algo que a pesar de mi deslenguamiento me avergonzaría confesarle ahora, amigo Fornari. Luego él movió ligeramente la cabeza, los ojos, y entró en el cuarto sin luz. Acabé mi bebida y fui tras él. Avancé a tientas por el pasillo, cada vez más oscuro, y al llegar a la sala del fondo, en la que no podía ya verse nada, alguien me sujetó del brazo y me arrastró hacia una pared. Me abracé al bulto de un cuerpo, y enseguida, sin preámbulos, busqué con las manos su sexo. Al intentar desabrochar el pantalón, sin embargo, al sobar por encima la bragueta, noté el tacto de una tela demasiado suave. Me detuve un momento, dudando, pero antes de que pudiera pensar en nada, el muchacho ya se había arrodillado frente a mí y me desnudaba. Cogí su cabeza mientras estuvo así, arrodillado, y su pelo me pareció más largo que el del chico al que había entrado siguiendo. Le sujeté entonces de los hombros para levantarle, le aparté de mí con suavidad. Oía su respiración. A nuestro lado había sombras moviéndose. Figuras negras. Alargué un brazo y pasé la mano por la cara del muchacho, como hacen los ciegos. Toqué sus cejas, su nariz, sus mejillas mal afeitadas, y fui reconstruyendo poco a poco la imagen de un rostro que conocía. Puse los dedos en sus labios y abrió la boca para morderlos, para chupar la carne. Los apoyé en la lengua y acaricié con ellos las encías. Después recorrí muy despacio el lomo de los dientes. Le faltaba uno, una muela en la mandíbula inferior. La misma que a Virgil. Le di la vuelta sin decir nada y le aplasté contra la pared. Separé sus nalgas con los dedos ensalivados y sin esperar a que sintiera placer le sodomicé bruscamente, intentando que sintiera dolor. Tardé tiempo en acabar, pero no gritó. No dijo nada. Cuando me fui se quedó inmóvil, con la ropa todavía caída. Aquella fue la última vez que estuvimos juntos. Permanecí aún a su lado durante dos o tres semanas, mientras duró el cariño silencioso que se guarda siempre a los que nos han amado.»
Martín, Luis G., La muerte de Tadzio, Madrid, Alfaguara, 200, p 221-222.