Catálogo de la exposición, Romina Rebolledo. Aula Cam La Llotgeta, Valencia, 2010.
A) Lo que más hay sobre los hoyos son nubes.
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B) Se habla mucho sobre los agujeros y tenemos con ellos una relación paradójica.
Pregúntele a Google el significado de penetrar y, de las veintiún mil doscientas cuarenta y ocho entradas, encontrará muchas en las que podrá sucumbir a un interesante tratado sobre las ventajas del sexo anal.
Un domingo por la tarde estuve leyendo este tipo de relatos fascinantes -esos en los que alguien plantea una duda en Internet y mucha gente contesta-, que trataban sobre la práctica del sexo anal en las relaciones heterosexuales y lo que más me llamó la atención es que a muchas mujeres les excitaba verse el culo, reflejado en un espejo, bien dilatado y “rosita”. Estaban orgullosas de tener un buen agujero como consecuencia de meses de práctica placentera de excavación anal. Pero una de las respuestas no respondía al modelo habitual en la que uno contaba sus experiencias y reforzaba las de los demás y esto hizo que guardara el enlace para poder leerlo más tarde con detenimiento.
Cuando lo hice llegué a la conclusión de que me encontraba ante una epistemología del agujero, un texto que nos proponía un método para entender esos lugares sin los que biológicamente no podríamos vivir, pero por los que morimos. Los agujeros, todos los que tenemos, son espacios de interferencias, lugares para la colaboración, zonas de fricción con el mundo que podemos explorar mediante usos diferentes. El texto al que hago referencia propone un uso invertido-entrante de los agujeros. “Lo insoportable, lo que subvierte un orden de uso del cuerpo, es jugar con esos agujeros de forma gratuita, sin obtener placer sexual ni biológico, manifestar su potencial de pasaje, de vacío, de cuerpo abierto con fisuras y sin sentido. El yo se nos va por los agujeros, diarrea del sujeto, un coloso con pies de mierda” (Sáez, Javier: www.hartza.com).
Si de los orificios surgen materiales biológicos, y esa parece su función primordial, se propone un cambio de sentido y la introducción en nuestros agujeros de objetos que se reconozcan allí mismo y habiten en esas zonas de intersección.
Las posibilidades de aplicación que nos ofrece este texto son muy amplias: pensemos que en el mundo hay personas, animales y cosas, y que todas tienen cuerpo y por lo tanto, agujeros.
C) Los hoyos se perforan con esfuerzo físico.
A ella no la piropeaban, porque llevaba un mono violeta y una pala en la mano.
Mientras estaban construyendo el gran hoyo para albergar un aparcamiento en un campus universitario, ella iba cada día durante cuatro meses a cavar otro hoyo, a apenas unos doscientos metros de donde un montón de máquinas excavadoras, grúas y succionadores de agua y barro, estaban haciendo su trabajo mecánicamente coordinado. A ella no la piropeaban porque ellos no entendían qué hacía una chica excavando un hoyo con pico y pala y sacando la tierra removida con las manos. Quizás pensaban que era una mujer a la que le gustaba hacer trabajos varoniles.
De esta manera se estableció cierto grado de empatía ya que compartían el mismo destino masculino: horadar y preparar la tierra para construir. Eso sí, tenían fines distintos. Ellos sabían cuál era el sentido de su trabajo, excavar un gran hoyo para hacer un aparcamiento, pero no entendían por qué esa chica cavaba constantemente y extraía montones de tierra que amontonaba alrededor del agujero. Un trabajo sin sentido, sin finalidad, sin objetivo, sin competir con su tarea, con el único propósito de que el planeta tuviera un agujero más.
Los obreros desdeñaban el proceso en beneficio de la obra acabada y ella se planteaba su trabajo como un hacer justicia a la actividad. Esta atención que se otorga a lo contingente hacía de su tarea algo no predeterminado, divagante y deambulatorio.
Lo que a ella le interesaba era la digresión, porque allí era donde se instalaba un tipo de deriva que proporcionaba una experiencia única. Deseaba liberar a su hoyo de una escenografía conclusiva, proponer otro tipo de modulación: extensiva.
Un día, de los muchos que pasaba al lado de la caseta de los obreros, estos la llamaron y le preguntaron jocosamente si estaba haciendo uno de los siete hoyos más grandes del mundo. Este era un tema presente en sus conversaciones ya que siempre que la empresa iniciaba la obra de un nuevo aparcamiento, una suerte de negocio muy rentable, pensaban igualarse, en su imaginación prepotente, con la mina Mirny en Siberia. Esta excavación tiene 525 metros de profundidad y un diámetro aproximado de 1.200 y es muy valorada por la fuerza bruta que ha requerido su construcción. Asimismo, posee un efecto maléfico, como una venganza de la tierra, ya que varios helicópteros han sido succionados y han acabado desplomándose en su fondo.
Ella les explicó que su prototipo de agujero era el conocido como Sinkhole, provocado por el agua de lluvia o las aguas residuales que producen un derrumbamiento de tierra debajo del terreno. Una cañería rota que derrama agua sin que nadie perciba lo que sucede, o bien un colapso de las alcantarillas a causa de unas lluvias torrenciales, pueden producir este tipo de agujeros.
Este relato era en realidad una excusa para no decir que el hoyo que más le interesaba es aquel que se vuelve a tapar con lo que se ha sacado del mismo.
Abrir y cerrar es el método. Sacarla y meterla, la metodología. Y en el proceso, recoger residuos elegidos al azar y guardarlos sin saber tampoco muy bien para qué. Guardar los restos encontrados se vincula con un tipo de memoria que se construye a partir de fragmentos que más adelante servirán para recordar ese momento específico. También permiten poder reconstruir el hoyo con los mecanismos que la memoria afectiva nos facilita.
Lo que la distinguía de aquellos obreros eran el ritmo y el esfuerzo físico, que junto con el pico y la pala, constituían los materiales que utilizaba. Las prisas por hacer el aparcamiento contrastaban con el lento transcurrir del tiempo de su proyecto.
Entre los dos hoyos que estaban siendo construidos, a la vez y en el mismo lugar, todo parecía igual pero todo era muy diferente
D) Por los orificios nos comunicamos.
En la película de Jean Genet Un chant d’amour (1950), lo que más llama la atención son la pasión, los sueños y los comportamientos extremos (un carcelero inserta su pistola en la boca de uno de los encarcelados).
Dos prisioneros y un carcelero que los vigila a través de las mirillas de las puertas componen el reparto.
Sin embargo, queremos destacar aquí los golpes en la pared y, sobre todo, el pequeño agujero que comunica ambas celdas. Es decir, cómo mediante la producción de sonidos y el uso del orificio, se establecen demandas y ofrecimientos que son fruto de un deseo irrefrenable y a la vez imposible, ya que se produce en un espacio acotado que sitúa a uno de los dos hombres-amante al borde de la exasperación.
Dos sujetos se inter-relacionan a través de una medianera que no les impide programar sus deseos. Mediante golpes de nudillos sobre el muro y una caña de trigo, sacada del colchón e incrustada en el pequeño agujero, se intercambian el humo expulsado después de una calada, como una eyaculación que se dirige a una boca que espera.
Así estos dos hombres se reconocen, uno en cada celda, y si lo normativo los instala allí, la obstinación les hace construir ese pasaje en forma de agujero.
La pequeñez del orificio horadado en la pared no desmerece a ninguno de los grandes agujeros que conocemos. Es uno de los más sublimes Glory Holes vistos en el cine ya que son espacios protagonistas en la transición y el intercambio.
Uno de los prisioneros reitera la llamada con la paja pero, al no ser correspondido por el otro, cierra el agujero con pan masticado, el único material con el que puede interrumpir la comunicación temporalmente. Pero al más mínimo golpe desde la otra parte, el agujero se volverá a abrir: al deseo no se le pueden poner medianeras.
E) Los hoyos también pueden ser planos.
La mujer que vivía en el primer piso del edificio frente a un solar abandonado vio una mañana a una chica en el solar saltando, pegando puñetazos a una pared y derramando un líquido por las esquinas. La veía muy bien desde la ventana y la descubrió mientras limpiaba los cristales.
Observaba lo que hacía esa chica que no tenía aspecto ni de vagabunda, ni de okupa, sino que iba vestida con un mono negro y llevaba una pequeña cámara de video. Su presencia allí era paradójica. La mujer, que era profesora de Educación para la Ciudadanía en un instituto de la afueras, se quedó extrañada con lo que estaba viendo, pero rápidamente reaccionó y tomando su cámara de fotos empezó a espiarla. Una de sus dificultades era que no sabía cómo llenar de contenidos las horas semanales previstas para esta asignatura e intuyó que de algo le serviría ese material y que tal vez podría utilizarlo para alguna de sus clases.
Fotografió a la chica brincando, encendiendo una traca y fingiendo que bebía una botella de cava. Aunque de estas instantáneas, después de haberlas visto varias veces, no pudo obtener nada. Sin embargo le interesó mucho algo que hizo la chica: derramar un líquido anaranjado en el ángulo que formaba la pared donde se encuentra con el suelo, y por todo el perímetro del solar.
El cuerpo de la chica, situado ahí, se convertía así en un agrimensor de descampados o un conector entre realidades. Inmediatamente le vino a la memoria una obra de arte que había visto en su viaje de bodas a Nueva York, un lugar delimitado con plomo líquido, pero la intervención de la chica no parecía tener una intención de permanencia.
La profesora fotografió todos los gestos de la chica y cuando los mostró a sus alumnos les invitó a que pensaran si este era un procedimiento apropiado para señalar ciertos lugares, para hacerlos visibles y les alentó a que ellos hicieran lo mismo, que se convirtieran en suburbanistas.
Después les habló de lo importante que es marcar, señalar, mediante una foto, una acción registrada en vídeo o un líquido que sale de una botella, un espacio sin uso, y que estos son actos que se realizan con la finalidad de evidenciar lugares que coexisten en la trama urbana para que sean leídos por los transeúntes, si acaso, como espacios en stand-by (al igual que un aparato está en stand by), que se encuentran conectados y a la espera de recibir órdenes.
De la misma forma, esos solares están esperando a que algo ocurra en ellos. Normalmente que se re-construyan pero, mejor sería, pensaba ella, que se les diera otra función: evidenciar la memoria de ese lugar, o bien, hacer un huerto o un pequeño jardín.
Luego puso ejemplos sobre el marcar un lugar, cómo podía hacerse con un reguero de pigmento azulado, relacionándolo con la cuestión del dominio temporal sobre el territorio, al igual que algunos animales marcan sus lugares propios para el conocimiento de sus congéneres.
La profesora terminó la clase preguntando a sus estudiantes si creían tener poder como ciudadanos para cambiar aquellas cosas que parecen imposibles de cambiar. Pero ellos no eran conscientes más que de la libertad que tenían para elegir entre cuatro bebidas distintas de la máquina expendedora del instituto.
Entonces les explicó que acciones como las que hacía la chica nos proponían una llamada de atención sobre nuestro patrimonio, y reclamaban la necesidad de un cambio en el modelo urbanístico que debería tender hacia la humanización de la ciudad y la recuperación de espacios perdidos para la ciudadanía.
Los estudiantes poco entendieron de esa clase y algunos hablaron con su tutor para informarle que la profesora mostraba, últimamente, un comportamiento extraño.