Etnografía de una enfermedad social (2), 1993

Papel fotocopiado sobre pared.

Como parte de la serie Etnografía de una enfermedad social (2), en esta segunda intervención se colocaron, sobre la pared, fotocopias de los textos que fueron proyectados en la anterior versión. La elección de la colocación de los textos en las paredes laterales de una puerta o abertura –lugares que nos permiten pasar de una sala a otra-, tiene un significado sim­bólico preciso: pasamos por la información viéndola de lado y dejándola atrás, como pasamos por esta apertura para entrar a otra estancia tras abandonar la anterior.

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El sida es una enfermedad social.  El sida no es un castigo de Dios por la mala conducta de los hombres descarriados.  El sida no es una enfermedad que la transmitan hombres y mujeres  de otras razas. El sida no es una enfermedad de los/las drogodependientes. El sida no es una enfermedad de lesbianas. El sida no es una enfermedad de homosexuales. Las administraciones hacen poco o nada para solucionar los problemas del sida. El sida como excusa para la recaudación de fondos ayuda a la inmovilidad de los gobiernos. La sociedad al rechazar a los enfermos/as se proclama ante ella misma como enferma. La colectividad representa una fuerza excepcional que es necesario concienciar para controlar el sida. El sida es una enfermedad con la que debemos y podemos aprender a convivir. El sida, a diferencia de otras enfermedades, es de difícil contagio. Es responsabilidad de las administraciones difundir claramente  las medidas de prevención de la enfermedad. Las llamadas prácticas de riesgo son aquellas actividades que pueden provocar el contagio del VIH. A falta de una vacuna, la más eficaz lucha contra la propagación del sida es la prevención. La prevención consiste en decir cuáles son las prácticas de riesgo y cuáles no. La prevención se dificulta si las cuestiones sexuales o de hábitos de vida se relacionan con tabúes que obstaculizan la difusión de una información clara. El sida no tiene nada que ver con el sexo en sí mismo o con la droga, ni por supuesto con la opción sexual, sino con la naturaleza del VIH que utiliza unos vehículos de entrada en el organismo humano. Negar la condición sexual libre e inherente en el hombre y en la mujer, a la vez que transmitir una información falsa, es marginar y crear confusiones que impiden la prevención del sida. Los condones deben ser de látex, y no reutilizarlos nunca. Para que no se produzca el contagio es imprescindible utilizar condones en las relaciones sexuales, ya sean vaginales o anales. El virus del sida se transmite en las relaciones sexuales anales, vaginales u orales en las que no se utilizan las medidas preventivas que impiden el contacto con el virus, siendo la más arriesgada el coito anal receptivo con eyaculación. El virus del sida se transmite compartiendo vibradores u otros objetos  que puedan lesionar o causar heridas, sin que se guarden las medidas higiénicas oportunas como esterilizarlos o recubrirlos con un condón. El virus del sida se transmite por medio del intercambio de agujas o jeringuillas con residuos sanguíneos. El virus del sida se puede contagiar de una madre infectada a su hijo/a durante el embarazo, parto y lactancia. El sida se transmite por medio de la sangre, semen y fluidos vaginales. Para evitar que se produzca el contagio no se debe ingerir ni retener en la boca, semen o flujo vaginal. Hay que mostrar la realidad del sida: es una enfermedad que nadie se merece. La relación inicial del sida con grupos como los toxicómanos y los homosexuales permite a determinados sectores fomentar la segregación. Urge realizar una labor ideológica para mostrar que el sida no es estigma, ni motivo de vergüenza, ni síntoma morboso de conducta desordenada, sino que es sólo una enfermedad. A la dolencia de la enfermedad hay que añadir el sufrimiento del rechazo y del aislamiento social. Sea cual sea la preferencia sexual se está igualmente expuesto/a al contagio del VIH. Se ha identificado interesadamente enfermedad y vicio. La identificación entre enfermo/a y culpable es fruto de la ignorancia y del pánico. Se ha aprovechado la crisis del sida para reforzar un determinado concepto de moral. Hay que pensar la enfermedad y no temblar ante imágenes apocalípticas. El sida no se erradica a golpe de anatemas. A veces los enfermos/as de sida tienen menos miedo a la muerte que al rechazo social. El miedo a la propagación del sida genera una epidemia de prejuicios que generaliza actitudes discriminatorias. La doctrina oficial del Vaticano niega el uso del condón incluso para combatir la propagación del sida. Al principio de conocerse el sida, los sectores sociales más conservadores pensaron que era fruto del desorden sexual de algunas personas. Es necesario romper los tabúes que protegen falsamente a ciertas personas, haciéndolas creer que están al margen del problema y libres de contagio. Existe un mecanismo social que tiende a convertir en infeccioso lo que considera vicioso. El virus, al contrario que algunas personas, no discrimina. La marginación es peor que la enfermedad. La solución a la enfermedad no sólo está en manos de la ciencia, sino de todos nosotros, en los enfermos y los sanos, modificando actitudes absurdas, desterrando tabúes y prejuicios. Para un enfermo/a de sida el afecto y la comprensión pueden ser buenas medicinas. Es necesario potenciar políticas de solidaridad, ya que a veces no surge de forma espontánea. El sida es una enfermedad más ante la cual hay que tener una actitud solidaria y responsable. La solidaridad, junto a una información clara y actualizada,  es la mejor forma de combatir la enfermedad.
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Esta obra formaba parte de la exposición,Sida, entre l’art i la informació, Sala Museu,Valencia, 1993.

 

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