Espacios negros

Inicio del proyecto: 2009

Fotografías de espacios sumidos en la oscuridad. Para este proyecto se están «acumulando» fotografías, tanto de espacios interiores como exteriores que como característica fundamental, tienen escasez de luz. Generalmente este tipo de espacios pertenecen a enclaves de cruising o espacios de sexo.

“El tema de la visibilidad es un asunto que entre vampiros lleva siglos resuelto mientras nosotras seguimos aquí enredadas tirándonos del moño en interminables polémicas internas, sin plantearnos siquiera la posibilidad de ir a buscar un poco de ayuda fuera. Quizá también porque las pocas veces que esto ha ocurrido, se han buscado los consejos de amigos equivocados, concluyendo casi siempre las iniciativas aperturistas y dialogantes en insólitos pactos con el diablo que, en lugar de presentarse abiertamente como vergonzantes fracasos y traiciones a la causa, se nos quieren vender, cuando no imponer, como exitosas negociaciones, más allá de las cuales ni parece posible, ni merece la pena llegar.

La verdad es que uno empieza ya a estar bastante harto de tantas claudicaciones, tantos barcos sin honra, tanta ley de parejas, tanto homosexual entrevistado en televisión ofreciendo una imagen esperpéntica de todos nosotros, que a nadie representa. Y es que, en lo que a visibilidad se refiere, se da normalmente por sentado que más vale salir a la luz pública a toda costa, no importa cuáles sean las consecuencias, que no salir. Visibilidad entendida aquí como el acceso, la presencia en los medios de comunicación de masas, de modo indiscriminado, ejerciendo de tímidas marionetas, espectros maquillados ante los micrófonos y los focos de una maquinaria infernal, que asfixia el más mínimo rasgo de autenticidad que quiera exponerse en ellos, así como los pactos con las instituciones que no pretenden sino darse un baño de legalidad y moralidad públicas para ofrecer una buena imagen de todas nosotras de cara a la galería. Evidentemente no es una tan ingenua como para pensar que la manipulación pueda evitarse, ni siquiera controlarse un poco para que no nos resulte tan funesta, haciendo debates internos sobre cómo deba ser nuestra presencia en los medios de comunicación.

Cuando se pacta con el enemigo, la contaminación es inevitable. Pero la alternativa a la visibilidad, no se reduce necesariamente al silencio, al olor a naftalina del armario de la abuelita donde nadie quiere volver a recluirse. Quizá una breve reflexión, acompañada de otro poco de historia, nos ayude a comprender por qué la luz de los focos, empeñada en improvisar una espontánea y fresca cita con la vida, destruye de modo fulminante nuestra identidad homosexual y convierte en esperpentos risibles lo que antes eran unas estupendísimas maricas llenas de encanto.

Lo que en un principio sólo fue la mera constatación de un hecho cotidiano como la diferencia entre noche y día, luz y oscuridad, claridad y tinieblas, visible e invisible, fue, con el paso del tiempo, revestido de connotaciones morales, valoraciones éticas y un carácter de verdad y falsedad que vino a complicarlo todo sobremanera. El ser, lo bueno, lo verdadero, puro, auténtico, amable, vino a confundirse y expresarse metafóricamente a través de todo el campo semántico de la luminosidad. Por el contrario, lo malo, lo ominoso, lo falso, lo inauténtico, lo temible, lo abominable, se vio relegado al ámbito de la negra oscuridad, de lo invisible, espectral, vale decir, lo inexistente.

Y hete aquí que, para mayor tranquilidad de los hombres de bien, fuimos vampiros y maricas condenadas a penar en la frialdad de la noche oscura de la inexistencia, pues, hechos invisibles por esta insólita estrategia, ya no contábamos para nada, ni nadie sabía cosa alguna de nosotros, aunque nuestra inadvertida presencia empezaba a inquietarles un tanto e intentaron calmar su temor a lo desconocido haciendo películas de terror. Un hetero sabe tanto, incluso hoy día, de nuestra vida sexual, como de la de los vampiros. Miento. Sabe mucho más en todos los órdenes de la vida, costumbres y sexualidad de los vampiros que de la nuestra. O al menos eso creen. En todo caso, vampiros y maricas, tras tantas idas y venidas, hemos acabado formando parte de la gran mitología blanca heterosexual que occidente ha venido forjando sobre todo aquello que quiere desconocer y mantener alejado de la luz: somos espectros.

Y es que la luz es la morada del hetero, en la luz están como en casa. La luz, con todo lo que ella implica, es el invento heterosexual por excelencia. Ser heterosexual es ser visible, habitar en la luz, ser la luz. La luz es heterosexual. Y el vampiro lo sabe, sabe que salir a la luz, hacerse visible, significa su destrucción, dejar de ser vampiro, porque la visibilidad supone tanto como acceder al ámbito de la moralidad, de la familiaridad, de lo cristiano, de lo purísimo e inmaculado, de lo inofensivo. Y es por ello que, para no perecer, permanece en el reino de lo invisible, de lo espectral. Le parece maravilloso que su imagen no se refleje en ningún espejo, menos aún en el de la pequeña pantalla. No lo necesita. Nosferatu quiere conservar su maravilloso halo espectral y no verse metamorfoseado en un Brad Pitt kitsch y esperpéntico.

¿Qué le pasa a una marica que, no contenta con su pluma, con manifestarse por la calle gritando hasta desgañitarse, con mostrarse en público tal cual es, con responder a cuantas agresiones se le hacen a lo largo del día, decide hacerse visible -siempre en el sentido restringido que le hemos venido dando al término-, salir a la luz, ponerse ante los focos televisivos para ser entrevistada en profundidad o ser contemplada bajo el brillo infamante de la ley de parejas? Pues eso, que se hace visible y, al hacerlo, corre la misma suerte que el vampiro. Y quien antes era una marica estupenda, ahora la vemos herida de muerte, fulminada por el luminoso rayo purificador de la luz-heterosexual. Quien antes era una petarda despendolada, se ve transformada en un aséptico homosexual producto de marketing, listo para su comercialización, tolerado, bien visto, “casado”, con “hijos”, con derecho a herencia, arreglado y elegante, pero sin pintarse un ojo, preferiblemente intelectual de carrera o, en su defecto, empresario, si no artista de renombre o estrella de lo que sea.

Antes, la visibilidad corrompía a la marica y la reducía a simple diversión de barraca de feria que provocaba la risa y/o la admiración del público y televidentes. En todo caso, ello venía a justificar su existencia, no tolerada en modo alguno en ningún otro contexto. Ahora, porque una panda de homosexuales de buen ver, de buena familia, de buena situación económica, de carrera, han ampliado un milímetro la esfera de la visibilidad y los contextos donde quedaría poco correcto insultarnos o darnos una paliza de muerte, parece que ese ha de ser el triste destino y ¡deber! de toda marica: ir por la vida de “ser humano con prácticas homosexuales que no se diferencia en nada del resto y cuya presencia no dé motivo de escándalo”. Vergonzoso.

Las cosas andan tan mal, que las pocas petardas invisibles, i.e., que huimos aterrorizadas de las cámaras, que vamos quedando, empezamos a sentirnos estigmatizadas como traidoras, no comprometidas, insolidarias, sucias y vergonzantes, reprimidas por cuatro, más bien por cuatrocientas, que ya son muchas las engañadas, estúpidas televisivas que presumen de su fuerza para vivir frente a nosotras folclóricas, amigas de la noche, sin más techo que el del cuarto oscuro o las pocas hojas de los escuálidos árboles del parque de turno, que volvemos la cara y cerramos los ojos porque nos deslumbra la simple luz de un mechero impertinente que hiere nuestra invisibilidad, obligándonos a un outing, no por más breve, menos deseado. Una petarda jamás haría semejante cosa, y menos a gran escala. Es tan absurdo, contradictorio y mortífero el outing como un vampiro persiguiendo a otro con un foco de mil vatios, un crucifijo y una ristra de ajos en la mano. Y es que, en los tiempos que corren, hasta el que menos pinta no duda en hacerse nuevo apóstol esclarecido de la luz hetérea, exorcista conjurador de espectros, que confunde al enemigo, transformado en inquisidor o, mejor, mercenario de una causa que no es la suya, utilizando equívocamente la homosexualidad como arma y motivo de escándalo para otros.

Y es que algún hetero espabiladillo y malintencionado nos ha jugado una mala pasada, introduciendo sagazmente en nuestro mundo de tinieblas su peculiar caballo de Troya, su mortífera caja de Pandora: la luz que nos hace visibles, haciéndonos perder el rumbo y, nosotras, inocentes, tan contentas con el regalito, formando parejitas de hecho, saliendo por la tele, i.e., yendo de cabeza al suicidio colectivo, al sacrificio de nuestra identidad, cuando no es bautizada toda marica como homosexual casadero dispuesto a formar una familia, por mucho que le horrorice portar tan funesto nombre. Que no se haga la luz en los cuartos oscuros porque dejarán de existir, que no llegue la visibilidad a los servicios ni a las saunas, ni a los cutregaritos porque se transformarán en lugares inhóspitos para los amantes del claroscuro, la sombra y la pluma. La pluma, sí, nuestro más genial invento, que desde siempre ha jugado con la ley y se ha burlado de ella, de la dicotomía de lo visible y lo invisible. La pluma que nos hizo ambiguos, sembrando el equívoco, la incertidumbre y el desconcierto entre aquellos que sólo toleran las cosas claras y distintas, legalizadas. Hay que acabar de un plumazo con el intransigente y autosatisfecho discurso hetéreo de la visibilidad, pura mala conciencia de occidente que sólo concede carta de existencia a lo que se refleja deformado en su maléfica pantalla, para así dominarlo, controlarlo, aseptizarlo, clasificarlo, archivarlo. Mas maricas y vampiros estamos ahí, por todas partes, ellos lo saben y eso es lo que más les inquieta: sentirse incomodados, asediados, criticados por un enemigo invisible que se les escurre entre los dedos, cuyo número y fuerza no pueden calcular, que vive con ellos en casa, que les besa en la boca, que se acuesta en sus camas, que les paga el colegio, que les plancha sus camisas, que escribe a los Reyes Magos… que les hace el amor. Nada ni nadie nos hará visibles. Contra el exorcismo televisivo y reformista: ¡Espectros del mundo, uníos!”

“De maricas y vampiros”, documento desclasificado de la extinta Radical Gai (Artículo extraído del fanzine de la Radical Gai, De un plumazo, n. 4, año 1993). Publicado en Vidarte, F. J.; Llamas, R., Extravíos, Madrid, Espasa, 2001.